Querida mamá:
Como
cada
noche
desde
la
ventana
de
la cocina, a eso
de
las nueve, comienzo
a
escuchar
el
soniquete
de
esa nana. Esa
voz
rota
por
las
heridas
que
tienen
la
manía
de
no cicatrizar
con
el tiempo.
Le
ruega
que
se
duerma
conpremura,
a escasa
media
hora
para
que
llegue
él;
y es
que,
aunque
sabe
que
no
le haría
daño
al
bebé, no quiere tenerlo
entre
sus
brazos
cuando
llegue
el
primer bofetón, a modo
de
saludo, no quiere
que
las
lágrimas
que
derraman
sus
ojos
caigan
sobre
su
niño,
inocente
y
ajeno
a
todo
lo
que
pasa
en
esa
casa
desde
pocos
meses
antes de que
él
naciera.
Me
asomo
a
la ventana
y
la veo. Hoy
se
le ha olvidado
correr
el
visillo
y
puedo
ver
con
suma
claridad
la
franja morada
que
recorre
su
mejilla
derecha,
justo
bajo
el
ojo. ¿Cuándo
ha
sucedido? Esta
mañana
me
la crucé
en
el ascensor
y
no lo tenía.
Te
puedo
asegurar
mamá,
que
cada
día
se
me hace
menos
soportable
verla,
y no son pocas
las
veces
que
heintentado
hablar
con
ella, pero, como
tú,
no atiende
a
razones. Hoy
en
el ascensor
lo
intente
de
nuevo:
—Bea…
—Déjalo,
¿vale? Estoy
bien,
no pasa
nada,
me caí.
Así
se
justifica
mientras
yo
miro
uno
de
los moratones
de
su
brazo.
Quizá
piense
aún
que
yo
no
soy capaz
de
oír los gritos, los golpes
y
los insultos
a
través
de
esa
pared
que
separa
nuestras
casas.
Qué
ilusa.
Pero
como
contigo,
mamá, me siento
impotente,
no sé
que
más
hacer
para
ayudarla,
porque
ella
no
quiere
ayuda.
Solo espero, por
el
bien
de
ese
pequeño,
que
él
no
sea capaz
de
llevársela
para
siempre,
como
hizo
contigo
ese
al que
yo
llamaba
padre
y ahora
está
encerrado.
Encerrado, si, pero
un
poco tarde, ya
que
eso
no
te
traerá
de
vuelta
conmigo.
Adiós,
mamá.
Rocío
Márquez Morueta – 3º ESO A
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